Era un as que guardábamos en la manga. Hablar de emociones y caballos. Uno de nuestros #8lápices, Luis Salazar, cambiaba de rol y junto a Sandra Vadillo (responsables de la la asociación socio-educativa Ikiriki) nos adentraban en el mágico mundo de la Equinoterapia. Las caras de los #8lápices lo decían todo.
La sesión como en otras ocasiones comenzó con una presentación de 8 minutos por parte de Luis y de Sandra de cómo son los animales con los que nos íbamos a vincular. Vista, oído, gusto, tacto, olfato… nos dan pistas acerca de su modo de percibir el mundo y de percibirnos (como depredadores). Pero si algo destaca en estos animales es el sexto sentido: la capacidad para detectar estados y cambios emocionales. En este sentido los caballos poseen una estructura cerebral muy parecida a la de los humanos en relación a la parte que se encarga de regular las emociones, lo que facilita el trabajo de conexión entre unos y otros.
El concepto de manada nos sedujo y sus diferentes roles en ella: el líder, los adolescentes más curiosos, los adultos más estables y contenidos, … No son máquinas sino que igual que nosotros tienen su variabilidad emocional, sus días buenos y malos. Asimismo esos roles y ese temperamento los hacen más o menos adecuados para el trabajo con la casuística en la que trabajan. Así pues Sandra me comentaba que ante adolescentes con problemas de agresividad su propuesta era un potro “rebelde” de cara a la búsqueda de nuevos escenarios de resolución de conflictos y regulación de esos “instintos agresivos”. Si el caso es una madre que ha sufrido violencia de género la orientación iba más hacia un caballo dócil con más capacidad de vinculación. Así pues, el trabajo de los #8lápices de ayer fue dirigido a experimentar mi propio YO en relación a una situación novedosa, a una introspección de qué estoy haciendo YO para que el caballo se comporte así. Trabajar el locus de control interno (soy el responsable de cómo se comporta el caballo) frente al externo (maldito caballo que no hace lo que le digo).
La evolución de la sesión dio mucho juego hasta el punto de que expertos educadores y líderes de “manadas” como son los #8lápices tenían serias dificultades para dominar a un caballo. Al final de la sesión pude ver cómo se dió la vuelta a la tortilla y animales de casi 500 kg eran paseados con un frágil hilo de costura.
La equinoterapia casi no tiene límites, (quizás en casos donde hay una patología relacionada con la empatía o la fobia a los caballos) no como el encuentro que si que hubo que cerrar a la cálida luz de unas velas mientras compartíamos las emociones positivas de esos 90 minutos. Me quedo con una reflexión final. Todos anduvimos con mucho cuidado a la hora de arrimarnos a los caballos, midiendo mucho cada gesto, cada palabra, el tono, … qué lujo para las familias y niños incluso nuestros propios compañeros con los que trabajamos si somos capaces de situarnos de la misma manera. Tenemos un reto, que eso es lo que aporta este proyecto. Nos vemos en la siguiente y última de la temporada.